Lectura del Orgullo: “Las malas” de Camila Sosa Villada


DAVID SANTIAGO TOVILLA

El 28 de junio es el Día Internacional del Orgullo LGBT+. Las marchas se realizaron, desde días atrás, en diversas ciudades. Jornadas efusivas para afirmar la diversidad. El mundo de una sola visión, idea o preferencia, no debe existir más. Todo lo que tienda e impulse a ello es retrógrada.

            Si una lectura es acorde con esta celebración es Las malas de Camila Sosa Villada. Un libro sorprendente por la cuidada construcción, la precisión del lenguaje y la capacidad de mantener al lector en la comprensión hacia todos los protagonistas. Lo más importante es que mantiene su cualidad literaria, en todo momento.

La temática centrada en la vida travesti es, así, una herramienta. Un estilo con frases cortas, contundentes; la inclusión de entes metafóricos que contribuyen a ir de la desazón a la esperanza y viceversa; la exposición de la vida sexual como ingrediente de la historia, sin necesidad de descripciones que nutran el morbo; la virtud de mantener un diálogo humano en equilibrio con el enfado ante vidas avasalladas.

Las malas no es cualquier libro: es la biografía representativa de muchas personas en América Latina, quienes enfrentan solas al mundo que empieza por el pueblo y la pobreza. Es un manifiesto por la búsqueda de la libertad, la solidaridad y el derecho a ser. Es el testimonio de una inicua realidad que cruza generaciones y se modifica a cuentagotas.

Es la denuncia de la hipocresía y el miedo a la sexualidad propia que se esconde en la violencia de los agresores. Es una firme postura, desde la literatura, entre el Yo acuso de Émile Zola y el Hoy decimos ¡Basta! del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ante las arbitrariedades que padecen la comunidad transexual a diario y en todas partes.

            Si bien, Camila Sosa delinea personajes memorables y alimenta la historia con anécdotas de las circunstancias, lo valioso son sus expresiones esculpidas con indignación:

            El descubrimiento del punto débil que subyace en la agresión paterna: «El miedo lo teñía todo en mi casa. No dependía del clima o de una circunstancia en particular: el miedo era el padre. En honor a la verdad, creo que él también sentía un miedo pavoroso por mí. Es posible que ahí se geste el llanto de las travestis: en el terror mutuo entre el padre y la travesti cachorra. La herida se abre al mundo y las travestis lloramos».

            La claridad de lo que sí es la vida y lo que no: «El niño no sabe consolar a la madre. Entonces la dibuja. Y mientras la mira, para poder copiarla en su cuaderno, parece decirle que se vaya, que se anime a irse lejos a vivir como jipi, que es lo que a ella le hubiera gustado. Que se busque otro hombre que no la insulte, que no la golpee, que disfrute de la comida que ella le prepara, que quiera a su hijo. Un hombre que no beba, por sobre todas las cosas, que no se convierta en un monstruo cada vez que se pasa con el vino. Un hombre que no le pegue a tu hijo, que no lo desprecie, que no le tenga asco y rabia y celos, que no lo torture si lo encuentra vistiéndose con tu ropa. Un hombre con quien hablar en la mesa, un hombre que no te obligue a estar en silencio cuando mira los noticieros, un hombre que duerma a tu lado, que no se caiga en las zanjas por borracho».

La desolación de saberse segregado: «Con mi mariconez a cuestas, no puedo hacer un solo amigo. Estoy condenado a la tristeza y a la soledad del campo. Al tormento de las chicharras y a los cielos rojos y a las alimañas nocturnas. Por suerte está el arroyo, el agua que todo lo lava, que todo lo lleva».

            La negación que obliga a vivir en una metáfora: «La noche era más dañina que cualquier otra cosa en ese entonces. Vivir de noche envejece, entristece. La noche es la puerta abierta al mundo donde todo es posible. Hay cosas que no pueden ocurrir a la luz del día».

            La necesidad de pagar el derecho a estar con la cuota del deterioro personal: «Cada año que pasaba era como una prenda íntima que me arrancaban del cuerpo. El envejecimiento prematuro se empezó a manifestar en forma de extenuación. Como si el oscuro dios que me había dado la belleza en un puñado me estuviera ahora abriendo el puño y haciendo que esa belleza se me fuera entre los dedos, como arena. Es cierto, pero siempre podemos partir. Y nuestro cuerpo va con nosotras. Nuestro cuerpo es nuestra patria. El tumor de nuestro resentimiento. La amargura de nuestra orfandad. El lento homicidio cometido sobre las de nuestra especie, las zorras, las lobas, las pájaras, las brujas».

La ilustración en términos terrenales, prácticos, del apetito carnal: «El mundo del deseo no es todo lo luminoso que se cree. (…) Somos necesarias en el deseo, en el deseo prohibido de los habitantes de la tierra por nosotras. Debe estar prohibido como un castigo eterno, por decidir no cumplir con el mandato. Para castigarnos dicen: no las desearán. Pero no podría funcionar la vida sin nosotras ahí, por fuera de todo. Se derrumbaría la economía, la existencia salvaje devoraría todas las normas si las putas no dieran su amor carnal. Sin las prostitutas, este mundo se hundiría en la negritud del universo».

La desazón de ser: «Irse de todos los lugares. Eso es ser travesti. (…) No sabemos portarnos bien o mal, vamos por el mundo con toda nuestra vida encima, que cabe en una carterita de mala muerte comprada en la calle San Martín o en la Ituzaingó. Hacemos el bien y el mal sin conciencia y a veces nos encontramos todas desayunando en McDonald’s, mientras la gente nos mira con el desprecio habitual».

La descripción de una inercia en donde el consuelo es uno mismo: «En el callejón sin salida adonde desemboca la vida de todas las travestis, siempre estamos dándole batalla a la intemperie, tratando de trocar un cuerpo muerto por uno vivo, un cuerpo que respire y resista, que sobreviva a las mil muertes que nos pone la parca en el camino».

La defensa de seres humanos que han estado, están y estarán, a pesar de pagar su persistencia con vidas: «Cada vez que los diarios anuncian un nuevo crimen, los muy miserables dan el nombre de varón de la víctima. Dicen “los travestis”, “el travesti”, todo es parte de la condena. El propósito es hacernos pagar hasta el último gramo de vida en nuestro cuerpo. No quieren que sobreviva ninguna de nosotras. A una la asesinaron a piedrazos. A otra la quemaron viva, como a una bruja: la rociaron con nafta y la prendieron fuego, al costado de la ruta. Hay cada vez más desapariciones. Hay un monstruo ahí afuera, un monstruo que se alimenta de travestis».

            La novela Las malasde Camila Sosa Villada es mordaz, agridulce, sincera, inmisericorde, firme y determinada; una voz que se necesitaba; un hallazgo literario; una lectura transformadora; un reto para la sociedad del siglo XXI que aún quiere obligar a las personas trans a pedir permiso para existir.